Julio 28... Miedo


Un día, decidí probar algo nuevo. Llevé a mi hijo de diez años al río Saint Croix en una Waverunner. Una Waverunner es un pequeño vehículo de bote parecido a una motocicleta.
Nos pusimos chalecos salvavidas y nos embarcamos en una experiencia que resultó ser tan regocijante como atemorizante: regocijante cuando me permití disfrutarla; atemorizante cuando pensé demasiado en lo que estaba haciendo y en las terribles cosas que podrían suceder.
A la mitad de nuestro paseo, el peor de mis miedos se hizo realidad. Volcamos. Estábamos dando tumbos en treinta pies de agua. La Waverunner se sacudía en las olas frente a mí, como una tortuga motorizada sobre su lomo.
“Que no te entre pánico”, dijo mi hijo calmadamente.
¿Y si nos ahogamos?, objeté.
“No podemos”, me dijo. “Tenemos chalecos salvavidas. ¡Mira! Estamos flotando”.
“El aparato está bocabajo”, le dije. “¿Cómo vamos a hacer para enderezarlo?”
“Justamente como el hombre nos dijo”, respondió mi hijo. “La flecha apunta hacia este lado”.
Con un movimiento fácil, volteamos el aparato boca arriba.
“¿Y qué si ya no podemos volver a subirnos en ella?”, pregunté.
“Sí podemos”, contestó mi hijo. “Para eso están hechas las Waverunners: para montarlas sobre el agua.”
Me relajé y mientras conducía de regreso, me pregunté por qué me había asustado tanto. Pensé que quizá era porque no confío en mi capacidad para resolver problemas. Quizá porque una vez casi me ahogué por no traer puesto un chaleco salvavidas.
Pero tampoco esa vez te ahogaste, me aseguró una pequeña voz en mi interior. Sobreviviste.
Que no te entre el pánico
Los problemas se hicieron para resolverlos. La vida se hizo para vivirla. Aunque a veces el agua nos tape la cabeza, sí, quizá hasta necesitemos sumergirnos en ella unos cuantos momentos y tragar unos cuantos buches de agua, no nos ahogaremos. Llevamos puesto –y siempre lo hemos llevado puesto-un chaleco salvavidas. Ese chaleco de apoyo se llama “Dios”.

“Hoy, me recordare de cuidar de mi mismo. Cuando me hunda hasta la cabeza, Dios estará allí apoyándome, aunque mis miedos traten de hacérmelo olvidar”

(Melody Beattie de su Libro El Lenguaje del Adiós).

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