Septiembre 30... Una víctima no


No eres un victima. 
¡Cuan inculcada puede estar nuestra autoimagen como victima! 
¡Cuan habituados estamos a sentirnos desgraciados e impotentes! La victimización puede ser un velo gris que nos rodea, atrayendo aquello que nos victimara y haciendo que generemos los sentimientos de victimización. 
¡La victimización puede ser tan habitual que incluso podemos sentirnos victimados por las cosas buenas que nos suceden! 
¿Tienes un coche nuevo? Si, suspiramos, pero no corre tanto como yo esperaba, y después de todo, costo tanto… 
¡Tienes una familia tan bonita! Si, suspiramos, pero hay problemas. Y hemos tenido épocas tan difíciles… ¡Bueno, ciertamente tu carrera va bien! Ah, suspiramos, pero hay que pagar tal precio por el éxito. Todo ese papeleo adicional… 
He aprendido que si disponemos nuestra mente para ello, tenemos una increíble, casi aterradora capacidad para descubrir la desgracia en cualquier situación, aun en la más maravillosa de las circunstancias. 
Con los hombros caídos, la cabeza gacha, vamos por la vida llevándonos sofocones. 
Acaba ya con eso. Quítate el velo gris de la desesperación, de la negatividad y de la victimización. Arrójalo; deja que se lo lleve el viento. 
No somos víctimas. Podemos haber sido victimados. Podemos haber permitido que se nos haya victimado. Podemos haber buscado, creado o recreado situaciones que nos victimaron. Pero no somos víctimas. Somos libres de pararnos al calor de la autorresponsabilidad. 
¡Fija un límite! ¡Maneja la ira! ¡Dile a alguien no, o para eso! ¡Salte de una relación! ¡Pide lo que necesites! Elige y responsabilízate de ello. Explora opciones. ¡Date a ti mismo lo que necesitas! Quédate erguido, con la cabeza en alto, y reclama tu poder. ¡Reclama tu responsabilidad hacia ti mismo! 
Y aprende a disfrutar de lo bueno. 

 “Hoy me rehusaré a pensar, hablar, expresarme o actuar como víctima. En vez de ello, alegremente reclamaré la responsabilidad que tengo conmigo mismo y me concentraré en lo que es bueno y correcto en mi vida”. 

(Melody Beattie de su Libro El Lenguaje del Adiós).

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